martes, 8 de septiembre de 2015

Elogio de la melancolía

por Roberto del Río


Fotografía Miguel Morales
A pesar del sol radiante en el momento en que escribo esto, pronto llegará el otoño. Es algo que concierne al inexorable paso del tiempo, y contra eso nada puede hacerse. Los días se acortan como se acorta la distancia hasta el instante del cambio de estación. Algo que aún no percibimos ocurre en las hojas de algunos árboles, que parece que pierden fuerza al asirse a las ramas. Sumidos en la inercia del verano, los colores que aún conserva nuestra retina evolucionan hacia matices amarillentos y grises; y una lija finísima desgasta el brillo cegador con que las cosas reflejan el exceso de luz.
Es lo que corresponde ahora y es sublime, como lo eran las noches a cuerpo en una terraza aunque en la cama sudásemos la gota gorda; y lo es en este momento en que ya hay que ponerse una chaqueta al caer la tarde y subir el embozo para dormir.

Foto: Miguel Morales
Y de pronto, como saliendo de un traspiés, nos cubrirá un cielo plomizo. Y alguien a tu lado, quizá tu propia voz, dirá: “qué tristeza”. Algo más que brisa removerá en torbellino un colchón de hojas muertas, y si tienes edad suficiente o has investigado en la música francesa tal vez recuerdes el tema que popularizó Yves Montand , “Les feuilles mortes", un standar de la tristeza como también lo es del jazz. Una nube más espesa que las del cielo puede envolverte y hacer que te sientas como en una jaula: y para muchos -aunque no para mí- esa nube opresiva y pesada se llama melancolía.
Las matemáticas del calendario nos conducen al inminente otoño. Algunos ánimos se tambalean porque la luz llega en modo ahorro de batería, y los del ánimo tambaleante prefieren ser deslumbrados. Yo no. El verano no es el único menú ni la risa la única expresión de tus emociones.
Te invito al escalofrío, a la música de tus pasos sobre la alfombra otoñal, al technicolor en las copas de los arces y a la boca abierta de asombro. Te invito a hacer escalas para reflexionar sobre tus pasos y apreciar los detalles menos evidentes del paisaje: a eso, que no es una jaula o nube opresora, le llamo yo melancolía.


Foto: Miguel Morales
¿Podemos imaginar un ser crónicamente saciado -sin hambre ni sed ni sueño-, insensible a las variaciones de temperatura e instalado en una interminable alegría? No envidio a estos ejemplares, de existir, pues creo que experimentar altibajos es bueno. Nos ayuda a aprender, a adaptarnos, nos hace más completos como personas y nos ofrece una perspectiva más amplia y auténtica del mundo.
Y ahí, al mundo, he lanzado mi mirada bajo la inspiración de la melancolía; y a la vuelta se abre camino hacia mi conciencia donde se agazapan mis perplejidades. Algo más que brisa remueve las hojas muertas mientras mi memoria reproduce el clásico estándar del jazz y de la tristeza que cantaba Montand. Y bajo el remolino aparece una castaña. Es sublime. 

Foto: Miguel Morales




3 comentarios:

  1. Si es psicopoesía pura! Me encanta.

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  2. Espléndida descripción de la melancolía.No me gusta sentirla pero a partir de ahora la observaré con otros ojos y , de paso, escucharé a Ives Montand. Bienvenido el otoño , un recreo multicolor , paraíso de los fotógrafos-

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  3. Sólo puedo decir que es un texto precioso. Desde luego, seguiré leyendo el blog.

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