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Fotografía: Miguel Morales |
por Roberto del Río
Y de pronto, ¡zas!, hay que detenerse. Estábamos proyectados
al futuro a velocidad de vértigo, porque así son estos tiempos que corren -y
nunca mejor dicho- vertiginosos en su afán de producir. Cada día todo está previsto con minuciosa antelación:
todo segundo tiene asignado un cometido para satisfacer a ese
depredador de tiempo llamado trabajo. Me acuesto con un organigrama en la
cabeza y una foto precisa de mis planes para mañana. ¿Cómo convertir los instantes en moneda de curso legal? Pues de eso se trata. Y
aunque esta presión me alivia de lo que podría ser más grave, el peso de la
incertidumbre, siento que hay algo maligno en todo ello. A cambio de una rutina presidida por la eficacia la vida pierde color y adopta un gusto insípido. ¿Seguro que compensa?
Y entonces ¡zas! Un cortocircuito. Observo a mis enemigos habituales con
una cierta ternura. A veces, sigilosamente, han conseguido boicotear planes de
trabajo que yo había establecido con precisión cronométrica. La butaca, la
guitarra, la bata donde estoy a punto de enfundarme. Hoy cuentan con eficaces aliados: el frío que ha llegado de
repente, la lluvia en los cristales. Y una circunstancia tan inesperada que,
por falta de costumbre, me obliga a indagar en Google para saber de qué se trata: la diferencia entre resfriado y gripe.
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Fotografía Miguel Morales |
De verdad que he perdido el hábito de
distinguirlos, pero desde que he sabido que es uno de ellos me he entregado a
preparar el ambiente. Quedan suspendidas todas mis actividades para este lunes
-que se prometía intenso- y para el martes frenético que me esperaba en el
horizonte. Abrigado, me hundo en la butaca a la luz de la lamparita y rodeado
de esa lectura pendiente que un día tras otro pospongo por alimentar el buche
del “trabajo” -tal vez el verdadero enemigo. Curiosamente, la vida cobra
sentido. El cansancio es dulce. Una tisana con miel es pura ambrosía. Tengo bula para dormitar mientras la radio que nunca puedo oír suena
alegremente. Torres de revistas en inestable columna se alternan con prendas de ropa fuera de su sitio, aunque debería decir que en un día como éste no ambiciono otro paisaje que el desorden: hace que me sienta habitante de mis dominios. Renunciar a inscribir en las horas de hoy y de mañana todo un
currículum de productividad colma mi espíritu con el sabor de la rebeldía. Embargado
de ardor revolucionario accedo a la maquinaria del tiempo e introduzco una
piedra entre los engranajes. Y ¡zas!, todo se detiene, empezando por mi
culpabilidad. Viva la huelga, murmura una voz que reconozco como la del catarro
o la mini gripe, que aún no he decidido lo que es. Viva la huelga y mañana, o mejor pasado, será otro día.
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Fotografía Miguel Morales |