jueves, 1 de octubre de 2015

De deudas y partituras


Fotografía: Miguel Morales

por Roberto del Río

Me han dado la noticia de que una amiga acaba de dejar su carrera universitaria por la música. Cursaba segundo de Derecho, y justo antes de empezar las clases y ya con su lugar de residencia apalabrado ha decidido dar la vuelta y regresar. Retomará sus estudios de piano que había interrumpido por la Universidad, aunque parece que lo primero es grabar un disco aprovechando la reciente adquisición de una guitarra electroacústica; o más bien al revés, la estupenda guitarra de categoría profesional no llegó a las manos de mi amiga sino tras los apasionantes planes del disco.
O un poco de todo, pues este cambio de rumbo no surge de un arrebato, aunque este último ayude a dar el paso definitivo. Si ella retornó a su gran vocación supongo que habrá sido tras entablar una lucha -y vencer- contra sus proyectos universitarios. Estos eran estudiar Derecho e ingresar en el ingrato club de quienes hacen oposiciones a Notaría. Parece un tópico, pero no lo es. Tal era el plan supremo.


Fotografía: Miguel Morales

En su mente lo tenía todo estructurado. Se veía sacando limpiamente curso tras curso. Licenciándose. Encerrándose con una montaña de libros entre su habitación y la biblioteca hasta aprobar las oposiciones. Y ya más tarde, victoriosa, se veía en un elegante despacho estampando sellos y firmas: aquello para lo que se había preparado. Dando fe.
Había sintonizado sus emociones con las exigencias de cada paso hasta lograr el objetivo. Sentía como si lo que estaba por vivir no fuera una mera hipótesis. Sufría, se alegraba, las famosas mariposas que a veces pueblan el estómago se convertían en dardos antes de volverse de nuevo lepidópteros y a continuación sables. Había establecido un compromiso firme con el futuro que incluía presión y sacrificio. Y también renuncia de otras cosas. Tal vez había contraído una deuda emocional.

Foto: Miguel Morales
O quizá no. Supo parar a tiempo antes de hipotecarse, y no exagero con la palabra. Una deuda emocional supone un compromiso tan estricto como la compra de un inmueble, sólo que la moneda no es un círculo de metal ni un papel más o menos arrugado -contado en millones, claro-, sino unas abusivas cuotas -también en millones- de sobreesfuerzo y estrés crónico. Una buena deuda emocional en manos poco habilidosas puede arruinarte la vida. Como mínimo te puede conducir a la frustración y al agotamiento. ¿Crees que vale la pena?
Mi amiga no asumió la deuda. Se libra de cuotas emocionales y de sinsabores, aunque nadie ha dicho que la vida sea fácil ni la música un camino de rosas (aunque sí más melodioso). Se libra de lo que en Análisis Transaccional se denomina Argumento, rígido e impuesto, y lo sustituye por Metas de vida, saludables y escogidas libremente. Bravo por ella.
Deuda, Argumento, Metas: en el marco de las felicitaciones a mi amiga por su decisión, esto es todo cuanto queríamos decir. Y fuera de ese marco hablaremos otro día, que no será por falta de tema ni de artículos futuros.
Y en cuanto a la valiente que ha rehusado la deuda, que las musas le acompañen en su nueva partitura. 

2 comentarios:

  1. Excelente esa visión relatada de una deuda emocional. ¿Existe la protagonista o es un personaje creado para la ocasión?

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  2. Gracias por comentar, Sally. La protagonista existe, sin embargo creo que muchas personas podrían sentirse identificadas. Un saludo.

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