jueves, 7 de enero de 2016

Una cierta nostalgia


Fotografía: Miguel Morales


por Roberto del Río

Aún está fresca mi memoria. Los comerciantes se afanaban en adornar sus negocios para la navidad. Me parece estar viendo el despliegue de guirnaldas, la espiral de las luces de colores en torno al árbol -como el camino que asciende una montaña- y la estrella en su cúspide. Algunos Papá Noel, del tamaño de una persona, se apostaban en las puertas para darte la bienvenida, como conserjes de un hotel de lujo. Los paquetes se envolvían en papel de regalo, incluso, como yo he visto, tratándose de productos usuales de ferretería o cocina. Y con la memoria aún fresca, sin haberme acostumbrado del todo a esa imagen, el proceso se invierte. Comienza el desmantelamiento. El viaje de las cajas desde los armarios y de los adornos desde las cajas es ahora un viaje de vuelta. Empieza para estos objetos una hibernación de once meses. 

Foto: Miguel Morales
La navidad ha volado. A veces, cuando acaban las fiestas, me parece que todavía están por comenzar. Es como si una parte de mí diese un salto en el tiempo y contemplase la navidad, esta que se ha ido, aún en el futuro: a punto de llegar en vez de recién terminada. No hay engaño posible: es sólo una impresión subjetiva, un juego de la mente sin mayor trascendencia, salvo porque deja un cierto poso de melancolía. 
Demasiada expectación y demasiados preparativos para que todo se volatilice tan de repente, según me da por sentir a mí de vez en cuando. Tras este paso acelerado del tiempo descubro un vacío que, rápidamente, es ocupado por la nostalgia. Una cierta nostalgia. Añoro la vuelta a los preámbulos. Me ilusiono con los encuentros familiares por venir. Tomo impulso para las ingentes sesiones de cocina que me esperan. Todo ha terminado y descubro, junto al sentimiento de echar de menos lo que he vivido en las navidades, el deseo de que éstas acaben por fin; descubro mi cansancio, mis costumbres trastocadas y el presupuesto por los suelos. Y el deseo de consolidarme en el año nuevo y volver a la rutina de todos los días. Es una paradoja, lo sé. ¿Y acaso las experiencias no están pobladas por paradojas?

Fotografía Miguel Morales

Estamos en el viaje de vuelta. Hay que desandar algunos caminos: comer menos, apaciguar el frenesí de las fiestas y relajarnos. Tras las comilonas pasadas, empezar la fase posnavideña con platos hipocalóricos es casi preceptivo. Como último ritual, y en el principio o el fin de esa cierta nostalgia que me ata y me expulsa de la navidad, aún nos queda rebañar las últimas migas de los turrones sobrantes. A por ellos -a por ellas-, y mañana será otro día.


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