Fotografía: Miguel Morales |
por Roberto del Río
Guillermo Brown es el protagonista de una de las colecciones más importantes de la literatura infantil y juvenil del siglo XX. Fue creado por la escritora británica Richmal Crompton (1890-1969). Sus libros se han reeditado una y otra vez y, sin poder precisar las fechas, creo que no ha de faltar mucho para que nuestro personaje cumpla cien años (aunque sus aventuras se extienden hasta la llegada del hombre a la luna). No es propósito de esta entrada hablar de Guillermo, un niño de once años de la Inglaterra rural, ni de sus divertidísimas aventuras en compañía de sus inseparables Pelirrojo, Douglas y Enrique -la banda de “Los Proscritos”-, pero dejo aquí estos datos por si algún lector curioso quisiera indagar sobre este héroe de la ficción infantil, hoy en día convertido en un clásico.
Si menciono a Guillermo es por la
limpieza general. Pongámoslo en mayúsculas: Limpieza General. En la Inglaterra campestre
de los tiempos de Guillermo era costumbre, al comienzo de la primavera, efectuar
una limpieza a fondo en todas las casas. Tal limpieza en una casa unifamiliar,
como solían ser las viviendas de la campiña, no se solventaba en unas pocas
horas. Guillermo disfrutaba porque la casa se ponía “patas arriba”. Al deshacer
el orden habitual para permitir el paso de la escoba aparecían tesoros
desconocidos. La nueva posición de los muebles, fuera de su sitio y
amontonados, creaban ciudadelas, baluartes, espacios insólitos para que una imaginación
infantil desbordante inventase mil juegos. Aunque la subversión pasajera del
orden para ensanchar el territorio del niño no entrase en los planes de la limpieza
general, Guillermo vivía estas jornadas con emoción e intensidad. Finalmente,
tras haber sido sometida a un proceso depurativo no muy diferente de un
psicoanálisis, la vivienda renacía purificada, purgada y limpia como la patena.
Unas cosas te llevan a otras. Ordenando unos papeles pronto caí en la cuenta de que no era una, sino veinte, las carpetas que tenía que abrir e inspeccionar. Y no un estante, sino toda la estantería. Y no una estantería, sino… Bueno, que cuanto más removía las cosas más me persuadía de que, lo mismo que en las primaveras de Guillermo Brown, la limpieza que tenía por delante si no era profunda era inútil: lo profundo como premisa de la utilidad. Y por eso comprendí que, a veces, hay que desarmarlo todo para armarlo de nuevo después de haberlo pulido, y no hablo sólo de objetos. Hablo ahora, más bien, de ese tipo de limpieza que te libera de toxinas en el cuerpo y de pensamientos perturbadores en la mente.
Unas cosas te llevan a otras. Ordenando unos papeles pronto caí en la cuenta de que no era una, sino veinte, las carpetas que tenía que abrir e inspeccionar. Y no un estante, sino toda la estantería. Y no una estantería, sino… Bueno, que cuanto más removía las cosas más me persuadía de que, lo mismo que en las primaveras de Guillermo Brown, la limpieza que tenía por delante si no era profunda era inútil: lo profundo como premisa de la utilidad. Y por eso comprendí que, a veces, hay que desarmarlo todo para armarlo de nuevo después de haberlo pulido, y no hablo sólo de objetos. Hablo ahora, más bien, de ese tipo de limpieza que te libera de toxinas en el cuerpo y de pensamientos perturbadores en la mente.
Periódicamente, como en el mundo de Guillermo, hay que acometer una Limpieza
General, con mayúsculas, que deje cuerpo y espíritu como la patena, como un
bebé recién bañado y libre de mancha y culpa. Escoba, frugalidad, agua y
sonrisa, ingredientes para una Limpieza General de primavera cocinada a fuego
lento, como las alubias en los potajes y los juegos de Guillermo Brown en una
casa patas arriba.
Y a empezar de nuevo desde la tabula rasa, como decían los
antiguos. Hasta que ciertas e insistentes costumbres -la de los papeles de
alborotarse y la del pensamiento de abrevar en pozas envenenadas- nos obliguen
a levantar como cada temporada, cada ciclo, cada primavera, las alfombras. Fotografía: Miguel Morales |
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