Fotografía: Miguel Morales |
Si algo en el momento presente me causa estupefacción, es una desagradable certidumbre de que la historia no está evolucionando de manera lógica. Hubo un tiempo en que pensábamos que las sombras darían paso a las luces, que tras la opresión vendría la libertad, que las ciencias ocuparían el lugar de las supersticiones. Mucha gente luchó por la apertura de mentes y conciencias, y por la consecución de derechos que habrían de humanizar las relaciones humanas en todos los ámbitos: personal, social o laboral. Había motivos para ser optimistas: una vez que sabes que la Tierra es redonda ya no la ves plana. Abolida la esclavitud, surge el ser humano libre para organizar una convivencia entre iguales. Tal sería una evolución lógica de la historia: el tránsito del pensamiento dominado por el prejuicio a la mentalidad iluminada. Así fue ocurriendo siempre en la historia, a pequeños o grandes pasos, a tragos o a sorbitos, pero siempre hacia delante.
Hubo un tiempo en que creíamos que el futuro era un lugar mejor
para vivir. ¿Y quién nos puede culpar? Los hechos nos daban la razón:
cualquier mirada hacia el mundo, desde las libertades ciudadanas a las
relaciones íntimas, desde los avances científicos al trato que cada cual, a su
manera, dispensaba a la divinidad -aunque dicho trato fuese ninguno- nos devolvía un panorama optimista, de apertura y de tolerancia.
Fotografía: Miguel Morales |
No está evolucionando la historia como debería, por más que
a muchos nos desconcierte este sinsentido. La libertad y solidaridad retroceden
cuando, aun con sus titubeos, siempre habían ido hacia delante. En el mundo no
se clausuran guerras en beneficio de la concordia, sino al contrario. Parece
que en el proceso de aprender de nuestros errores algo se ha torcido. En este
punto de la historia, ya bien entrado el siglo XXI, la paz que un día soñamos
como fruto de la madurez y la inteligencia de nuestra especie está tan lejos
como lo estaba en el paleolítico, si es que no más. Y sin entrar hoy en ciertos
fanatismos que ensombrecen a la humanidad como en sus peores tiempos, y en las
violencias que se desprenden de ellos, dejadme destacar una de las más
vergonzosas y deprimentes: es la violencia que en el seno de la pareja ejerce el más
fuerte sobre el más débil.
Fotografía: Miguel Morales |
Entendemos aquí la fuerza y su uso como una mera
cuestión muscular. Una denigrante perversión de las capacidades que deberían
servir para cuidar y proteger, y no para hacer daño. Nada, pues, de altura
moral, resiliencia o empatía. Simple y llana brutalidad al servicio de la
posesión, nunca del amor.
Quizá contradiciendo -o no- el espíritu de este blog, no
vamos a indagar en busca de las raíces psicológicas del problema. Como todo
manifiesto que se precie, quiero mantener un tono crítico y reivindicativo hasta
el final. Por eso declaro que el ser humano es libre. Nadie posee a nadie ni
tiene derecho a hacerle vivir conforme a sus expectativas. Nadie puede forzar a
otra persona a hacer o no hacer ni tomar represalias si no hace o hace. Ninguna
persona puede decirle a otra a quién puede ver o no ver y con quién tiene o no
que estar. La potestad de procurarnos amistades, compañías o parejas es propia
e intransferible, y como tal depende de cada uno mantenerlas o revocarlas sin
que nadie pueda entrometerse. Y nadie puede descargar su ira o su frustración
en forma de azote movido por primaria energía muscular.
¿Qué tal si contribuyes, desde tu
entorno cercano, a que la historia vuelva a marchar hacia delante? No eres de
nadie, nadie es tuyo, pero estás con quien quieres y quien quiere está contigo: hasta que eso cambie, si cambia. No conviertas en
violencia tu tristeza por muy mal que vayan las cosas, porque hay mejores
opciones, legítimas y sin sufrimiento. Aprende, madura reflexiona o escribe
poesía. Cocina, pasea y conoce gente. Anda en bicicleta. Cree en ti, escribe un blog, vive la
vida.
Fotografía: Miguel Morales |
Como siempre, genial artículo . Por desgracia es un tema que está en demasiado auge y mucho me temo que seguiremos viendo y oyendo a diario casos de violencia como los que mencionas. Se necesita mucha formación , por no decir muchísima para frenar esta violencia. Lo conseguiremos?
ResponderBorrarEste artículo es excelente y tiene un mensaje que nos debería hacer reflexionar, además está lleno de pasión como todo manifiesto. Incluso rezuma poesía!!! Un aplauso.
ResponderBorrarDesde que descubrí este blog espero con mucho interés cada nueva entrada. Es distinto. Muy original, magnífico.
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